
La semana pasada salieron a la luz varias advertencies en torno al rendimiento del avión Boeing 737 MAX. Uno de los pilotos que realizaba vuelos de prueba en dicho aparato alertó al fabricante sobre el comportamiento imprevisible del software de vuelo del nuevo avión. Al parecer, los responsables de gestión de la empresa no tomaron en consideración dicha alarma y el software al final causó los fatales accidentes de dos aviones.
Después de dichos acontecimientos, las acciones de Boeing volvieron a caer. Generalmente, las acciones solían recuperarse pero esta vez no se trató de un hecho aislado, sino que a la caída se sumaron otros factores como, por ejemplo, la dudosa cultura en la compañía. Todo junto llevó a la creciente inconfianza entre los clientes en cuanto a los productos de la empresa.
Como era de esperar, el más beneficiado por dicha pérdida de confianza salió la empresa europea Airbus que ya venía superando a Boeing ya desde hace años atrás, creando un imaginario abismo entre los dos competidores. Algunos analistas suponían que después de estos acontecimientos Boeing anunciara la bancarrota. Por el otro lado, resulta altamente improbable que el gobierno estadounidense dejara a la importante empresa a la deriva y sin ayuda.